Con Richard Wagner (1813-1883) se llega a la culminación de uno de los mayores deseos del romanticismo musical, la Gesamkunstwerk. Es una obsesión que proviene ya del pre-romanticismo, la intención de reunir todo lo expresivo en un elemento único. Wagner va a sentir el deseo de superar la ópera italiana y crear el drama. Da un paso más allá del que hizo Franz Liszt con la poesía, necesita la palabra. No cree en la música instrumental pura, sigue o participa de la teoría de Jean-Jacques Rousseau basada en que palabra y música tienen el mismo origen. La expresión última, la canalización de música y palabra juntas ha de ser mediante a melodía infinita, una melodía que no acabe nunca.
Wagner va a descubrir en Arthur Schopenhauer (1788-1860) a través de su libro El mundo como voluntad y representación (1823-24) una gran inspiración. Wagner participará del pesimismo schopenhariano y su concepto de voluntad. Según Schopenhauer hay una voluntad universal que es la que mueve todo y es creadora del mundo y que nuestro destino está escrito, es inexorable y no podemos escapar de él.
¿Y qué es el arte?.
Nos dice que la cima de la poesía, tanto en lo que respecta a la medida de su efecto, como a la dificultad de su realización, es la τραγωδία (Tragedia), la cual ha merecido por ello justo reconocimiento. La tragedia tiene por finalidad presentar el lado doloroso de la vida, ya que en tales obras dramáticas se nos exponen el dolor indescriptible y la desolación de la humanidad, el triunfo de la maldad, el sarcástico imperio del azar y la irremisible caída de los justos y los inocentes. Todo lo cual nos permite lanzar una significativa mirada sobre la condición del mundo y de la existencia
La finalidad del drama en general es –para Schopenhauer y Wagner- mostrarnos en un ejemplo la esencia y la existencia del ser humano. En la tragedia, en efecto, se nos expone el lado atroz de la vida, la miseria de la humanidad, el señorío del azar y del error, la caída del justo, el triunfo de la sin justicia: así pues, ante nuestros ojos se hace comparecer esa característica del mundo que precisamente se opone a nuestra voluntad. Cuando lo vemos nos sentimos compelidos a apartar nuestra voluntad de la vida, a no caer en deseos superfluos, en no confiar en nuestro deseo como si fuera a garantizarnos la justicia. La Tragedia nos enseña a la postre que el mundo y la vida no pueden garantizar ninguna verdadera satisfacción y que, por lo tanto, no son dignos de nuestra dependencia ni de nuestro apego. En esto consiste el espíritu trágico: en que nos conduce hacia la resignación.
Friedrich Nietzsche (1844-1900), que durante muchos años estará de acuerdo con Wagner en sus ideas sobre la tragedia, se separará de él por adoptar una visión más positiva. Sí que hay lucha frente al destino inexorable. Por otro lado el carácter cristiano del Parsifal le alejarán de las visiones de Wagner.