La Ilustración en España

El esplendor alcanzado en la segunda parte del reinado de Felipe V y durante el de Fernando VI, llega a su culminación con Carlos III, que sigue a través de sus ministros ilustrados, la política europea de su tiempo. Aunque muchos de ellos estaban también influidos por los filósofos franceses de la Ilustración, Feijoo, Florida­blanca o Jovellanos trataron de garantizar el predominio del estado sobre la Iglesia.

El reinado de Carlos III repre­senta la culminación del siglo XVIII español, momento en que la Ilustración española alcanza su esplendor. Las caracterís­ticas típicas del período, enciclopedismo, criticismo, optimismo indi­vidualista, iluminismo, quedan patentes en el caso español, si bien con algunas diferencias que lo tipifican. Así, por ejemplo, la exaltación europea de la razón o la lucha contra la ignorancia queda en España instituida por la exaltación de la cultura, como instrumento básico para reeducar al pueblo y elevar la sociedad de su atraso.

Una característica que define la Ilustración española es el estrato social en que se apoya. Se ha identificado aquélla con el pensamiento burgués, pues en la mayoría de los países europeos ha sido la bur­guesía quien ha encarnado sus ideales y aspiraciones. Pero en España apenas había una burguesía lo suficientemente fuerte que pudiese llevar adelante el programa ilustrado. Así que quien encarna los ideales burgueses va a ser la baja y media aristocracia en contra de sus intereses específicos de clase.

A partir de Carlos IV (1788-1808) se inicia el ocaso del despotismo ilustrado, como consecuencia de la Revolución francesa (1789).

El pueblo y algunos intelectuales minoritarios empapan de los ideales revolucionarios e inician una dinámica imparable, que pondrá las bases para la crisis definitiva del antiguo régimen a partir de 1808, con la caída de Godoy y la abdi­cación dé Carlos IV.

El cambio cultural y la transformación de la sociedad

Los españoles se dan cuenta de que España está en una situación de inferioridad con respecto a Europa, por eso creen que debe tomar contacto con los focos de la cultura europea. La corte invita a arquitectos y pintores extranjeros, como Sabatini y Mengs. Se estimula también la música, sobre todo la ópera, para la que se construye un teatro, el de los Caños del Peral.

Con el neoclasicismo se hace posible la continuidad de la cultura española y aparece una reacción que tiende a revivificar lo mejor de la tradición. Escritores como Cadalso, Jovellanos, o Moratín contribuyen a elevar el nivel literario de los pri­meros cincuenta años del siglo. Sin embargo, las dos tendencias, la ilus­trada y la tradicionalista, no conviven sin tensiones.

Aunque se suele limitar la influencia europea del XVIII a la cul­tura francesa, puesto que en 1700 entra a gobernar en España la dinastía de los Borbones, hay grandes influencias de los italianos, sobre todo a partir del matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio. Así llegan a España el cantante Farinelli (1705-1782), el músico Domenico Scarlatti (1685-1757) o  más adelante Luigi Bocherini (1743-1805).

Fandango. Domenico Scarlatti

La ilustración no tuvo en España el carácter radical y extremista que alcanzó en otros países europeos, pero tampoco permaneció ajeno a sus ideales. Para expresar las nuevas ideas, y los elementos progresistas de la sociedad se ven forzados a crear nuevos medios de expresión. Así nacen las Academias, las Sociedades, pero también las tertulias y las reuniones sociales.

En este siglo hay contradicciones por todas partes. Si, por un lado, hay una creciente atención a lo europeo, por otro, se da una exaltación de lo nacional. Muchas veces esa exaltación de lo nacional se vuelca del lado de lo castizo y de lo popular, en contradicción con el sentido aristocrático de muchos ilustrados, cayendo en el curioso fenómeno del plebeyismo o majismo. Las costumbres de los majos y las manolas, el gusto por las tonadillas, por el teatro y los toros, invaden todas las capas sociales. Los sainetes de Ramón de la Cruz y los tapices de Goya han reflejado este ambiente.

Goya, personaje ilustrado

Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) es un caso extremo en la his­toria de la pintura. Por eso es difícil su encasillamiento, el adscribirle a una escuela, a un estilo, a un método, ni siquiera a una idea.

En su larga trayectoria conoce cinco reinados en España, Felipe V, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. De la crisis nacional y al desprestigio de las instituciones en los años Fernando VII sin olvidar a José I Bonaparte. Hay que tener personalidad y un cerebro excepcional para ser capaz de ser distinto y el mismo, adaptando al mundo en torno a su arte y su arte a mundos tan diferentes.

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En el reinado de Carlos III, Goya vive y desarrolla plenamente su personalidad en la Corte de Madrid. Conoce, la cultura francesa y su influencia por toda Europa. Pero él opta por las fuentes de nuestra pintura, por los grandes maestros del XVII, siglo de oro, sobre todo de Velázquez, su pintura ejercerá gran influencia en la de Goya. Con él comienza el impresionismo.

Influencia de la música de la Casa Real y la nobleza ilustrada en Goya

Goya no era excesivamente letrado, pero vivió en los ambientes cortesa­nos e intelectuales que le abrieron sus puertas, por lo que debió de oír hablar, tal vez leyó y hasta recibió influencias de los enciclopedistas de moda.

Asis­tió a reuniones en las que proliferaban eclesiásticos, aristócratas, literatos, viajeros de paso que traían aires y modas nuevas… y no faltaban los actores, can­tantes, bailarinas, pintores y hasta algún torero de moda. Eran tiempos en los que hasta a los príncipes y duques les gustaba mezclarse con las clases bajas.

Su talento artístico y su condición de aragonés le abrieron muchas puertas, como la de los salones del conde de Aranda, la casa de la condesa-duquesa de Benavente o la casa de Alba, en las que escucharía las músicas de Haendel, Glück, Bach, Vivaldi, Haydn, hasta Mozart. Se sabe que pudo escuchar­les aunque no sabemos si Goya amaba la música de cámara y las nacientes sinfonías, tan alejadas de boleros, seguidillas y jotas.

Como era moda en los países de la Europa dieciochesca, las damas de la aristocracia ejercían gran influencia en los círculos artísticos y literarios.

El interés de la condesa-duquesa de Benaventepor la música le llevó a establecer un contrato en Viena con Joseph Haydn. En virtud del cual, Joseph Haydn se obligaba a enviar a la condesa-duquesa todas sus composiciones musicales, exceptuándose solamente las que fuesen encargadas por otros para su uso privado. El número de composiciones no podía ser inferior a doce por año, no poniendo límite el contrato por encima, ya que se pedían todas.

España es la primera nación que se interesó por la música de Haydn, cuando todavía era un desconocido, antes de convertirse en el símbolo musical de la Ilustración en toda Europa. También hay que destacar que Luigi Boccherini fue director de la orquesta de la condesa-duquesa.

El duque de Alba, abuelo de la famosa Teresa Cayetana de Alba, conoció en Francia el extraordinario éxito de las academias artísticas y aristocráticas de música, que, posteriormente, él imitaría y fomentaría en su palacio madrileño. Como más tarde hará también su nieta en cuyas academias musicales participaban José He­rrando, o Luís Misón.

Esta rica actividad musical, con la presencia de los más importantes músicos españoles que prestaron sus servicios como músicos de cámara de la Casa de Alba, que componían obras para ser ejecutadas en las reuniones y academias allí organizadas, influyó en la afición musical de los restantes nobles de la Corte, estableciéndose una competencia artística que explica el gran incremento de la música de cámara en esta segunda mitad del siglo. En su biblioteca destacaban composiciones de Teleman, Mozart, Pergolessi, Scarlatti o Haydn.

La duquesa de Alba competía en el Madrid de las últimas décadas del siglo con la condesa-duquesa de Benavente, famosa por su refinamiento, por sus gustos, por sus tertulias y por su afición a la música, y ambas señoras marcaban las pautas de comportamiento a imitar. Por esto, los duques de Alba pugnaron por conseguir toda la producción musical de Haydn, el compositor europeo de moda, en competencia con la condesa­-duquesa de Benavente.

María Teresa Caye­tana, heredó el título de duquesa de Alba al fallecer su abuelo en 1776. Un año antes se había casado con José Álvarez de Toledo y Gonzaga, mar­qués de Villafranca, gran aficionado a la música que quedó inmortalizado por el cuadro que le hiciera Goya, protegido de la duquesa de Alba. En el conocido lienzo, el marido de la duquesa, de pie, apoyado en un pianoforte, hojea un cuaderno de música en cuya portada puede leerse «Cuatro canciones con acompaña­miento de fortepiano del Sr. Haydn».

Oratorio Las estaciones Haydn

Otro gran foco de actividad musical fue propiciado por el infante don Luís Antonio de Borbón, hermano de Carlos III quien había dejado sus votos eclesiásticos por el amor de una mujer, cosa que disgustó a Carlos III que decidió casarle con María Teresa Ballabriga y Rozas. Entre el personal que estaba al servicio del Infante se encontraban los músicos: Luigi Boccherini, Francisco Font o Francisco Landini.

Junto a ese gran repertorio de la mejor música europea, en las  academias regias, se puso de moda incluso entre la monarquía lo relacionado con lo popular. A ello contribuyó sin duda la ac­titud de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, que por su condición regia debía imponer los gustos y costumbres a imitar por la Corte y la nobleza influyendo en Carlos IV en este sen­tido. Pero tuvo unas serias competidoras en este campo en la condesa-duquesa de Benavente y, mucho más, en la duquesa de Alba.

María Teresa Cayetana, diez años más joven que su competidora y sin una educación tan exquisita, en lugar de imitar los modos refinados de su madre y de la condesa-duquesa de Benavente, en su afán de originalidad, se propuso imitar los modos, vestidos y decires populares, asi­milando las costumbres del majismo y poniéndolas de moda, cosa que nadie había hecho antes de ella.

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